Montreal (Canada)
5 - 9 de julio 2016

Argumento

Antes que a Dios, prefieren algo mejor, o más, u otra cosa. Algunos nos dicen adiós, atan su cinturón y suben directo al Paraíso. Pero para otros, el Paraíso es el de los orígenes, el que existió en los tiempos pasados y del que se necesita reapropiarse de inmediato en el presente. Si el Paraíso está algunas veces en el más allá, también lo está, y más aún, sobre la tierra. Es un espacio geográfico o político que se quiere recrear a la imagen de los orígenes. Ya no es más Dios quien concede su bien, es Adán quien tiende la mano para apropiárselo. El bien de otros tiempos ofrecido por Dios deviene un bien auto atribuido a  modo narcisista.

Sólo cuenta ese espacio idílico donde se despliega el amor de sí, protegido por una muralla de contornos bien precisos. Más allá de esta, está el espacio sin fe ni ley de los animales salvajes, de los paganos, de los terroristas.

Dios puede también representar todas las formas de creencias en las cuales… continuamos creyendo. Luego un día, viene la caída; ya no estamos bien seguros de creer. Hace falta entonces  darnos el paraíso, la ganancia inmediata como nueva razón para creer. Pero este paraíso es también un infierno porque, para convencerse a sí mismo, requiere vencer los otros enviandoles a menudo ad patres, es decir, llegando en ocasiones hasta a negar su existencia simbólica y material.

Entre Dios y el paraíso inmediato, entre cada religión y su integrismo, entre cada creencia y su simulacro, hay un pequeño paso apenas perceptible. ¿Cómo distinguir fácilmente entre una creencia y su versión narcisista? ¿Los integristas tienen un dios?

La dificultad con el integrismo, es que este logra a menudo hacerse pasar por la religión de la que surgió pretendiendo defenderla. El saca justamente toda su fuerza de este malentendido. El islamismo se presenta como la esencia, el criterio del Islam, el sionista se presenta como el estadio supremo del judaísmo. ¿Pero el islamista es verdaderamente musulmán? ¿El sionista es verdaderamente judío? ¿O se han apropiado estos de un territorio religioso y/o geográfico, por su propia cuenta y no más en honor a Dios?

¿De manera más general, el defensor de una creencia es necesariamente de esta creencia? ¿Aquel que dice defender la democracia es demócrata? ¿Aquel que pretende defender la laicidad es verdaderamente laico? ¿Aquel que defiende la libertad de expresión es verdaderamente un adepto de la libertad de expresión? Hay un pequeño desplazamiento en cada uno de los casos, que es confuso. ¿Cómo comprender esa relación de representación metafórica que genera incertidumbre?

Si cada creencia tiene un dios, un padre, una fe, ¿podemos imaginar que el proyecto político defensor de la misma sería a la imagen del destino de Edipo tomando el poder en Tebas después de haber matado su padre? ¿O es más bien a la imagen de Creonte que entra resueltamente en el campo político alejando radicalmente el religioso? ¿Un proyecto político defensivo es el signo, sabido o no, de que la represión de la creencia se ha consumido?